martes, 4 de septiembre de 2012


CRONICA

Y miles salieron  las calles al grito de No Más Sangre.


Miguel Sánchez Vidal

Llegaron a la Paloma de la Paz de muchos modos, en camiones, en taxis, en motos, a pie, a como pudieron; sudorosos, vestidos en su mayoría de blanco, con la esperanza en sus ojos, con la decisión de participar en un momento histórico no sólo para Morelos, sino para este golpeado país.


Y bajaron como una marea humana por las calles de una Cuernavaca lastimada, con sus voces unidas, con sus corazones rebosantes de dolor, indignación y mucho coraje, pero también con la ilusión de acabar con la violencia al grito del “¡Ya Basta, ni un muerto más!”.
Y ahí van, unidos los miles de ciudadanos que en esta tarde llena de calor por el sol radiante que no amaina los ánimos, han vencido su miedo y apatía para protestar, para manifestar su rabia, para gritar a los cuatro vientos que ya “Estamos hasta la madre”.
El contingente recibe a Javier Sicilia, el poeta de la voz silenciada por la violencia de la sinrazón, con los brazos y el corazón rebosante de solidaridad, de comunión con su dolor, y se abre paso entonces, entre los escombros de una ciudad rota por las obras viales de un político marullero.
Y ahí van los de cabello largo y playeras con pintas de No Más Sangre, ahí van las señoras vestidas de blanco con sus flores y sus sombreros para tapar el sol… ahí van los niños con sus padres, los esposos, los novios y los amigos, los empresarios y los obreros, las chicas fresas y los skatos, los ricos y los pobres, juntos, unos al lado del otro, marchando por la vida.
Y ahí van caminando las gueritas con su pancarta que dice: “No hay paciencia contra la violencia… No más sangre”, o los que manifiestan su miedo por tanta violencia y ya están hartos o los que piden la renuncia de Marco Antonio Adame y el procurador estatal por su ineptitud.
Ahí van, bajando por la Avenida Zapata, como una mítica serpiente emplumada de múltiples colores e identidades, que se mueve recobrando vida, indicando que ya no hay nada que pare este movimiento, el de los ciudadanos que con la marcha se manifiestan, se pronuncian para no callar otra vez más.
El poeta entonces se sube, con dificultades, al techo de la combi hippiteca que comanda la marcha, en su rostro se nota la fatiga por las largas jornadas de protesta y el caminar pidiendo justicia por la muerte de su hijo y los hijos de otros padres que han sido amputados de sus almas...
Sicilia, el poeta, el padre mutilado pero no doblegado, les dirige un mensaje a las fuerzas armadas para que retomen los códigos de honor y no haya más muertos en esta guerra de los daños colaterales… “No soy yo o mi hijo Juanelo, sino son todos los muertos que ahora tienen rostro”.
La marcha sigue su rumbo, bajando, caminando hacía su destino, en las calles se van uniendo más y mas personas y entonces la vanguardia de la marcha queda a la mitad del contingente, y en Tlaltenango le dirige otras palabras al procurador estatal  y a los que deberían procurar justicia en este estado.
El poeta entonces revela su lado misericordioso y dice: “El dolor que traemos no debe servir para sembrar odio, sino para generar amor, paz y justicia”… y entonces las voces se alzan y piden al unísono “Justicia, justicia, justicia”.

Al llegar la avanzada al chapitel de El Calvario, el espectáculo es impresionante, un perfomancero vestido de una especie de Ángel de la Muerte ensangrentado, extiende sus alas para representar el dolor que trae aquí, en esta marcha, a todos los participantes… y ahí va también, con sus largos zancos encabezando ahora el contingente.


El zócalo de esta ciudad convertida en la de la Ira y la Esperanza, se encuentra ya repleto de ciudadanos, que esperan ávidos la llegada de la marcha y al poeta de la voz silenciada, quien hace su entrada en una apoteosis de solidaridad y unión, y gritan y exigen que se vayan Adame, el Gobernador de Morelos y Felipe Calderón, el presidente de la Guerra.
“Sí uno manda a chingar a su madre a alguien, debe estar seguro de que vaya”… el poeta, el padre dolido pero no aniquilado, es avalado por la multitud después de estas palabras ya en el mitin en el zócalo, donde presenta a los padres de otras víctimas que están presentes para exigir tan sólo “Justicia”.
Mientras el poeta habla y da sus declaraciones rodeado de la multitud, en la calle aledaña, hay otra manifestación, la de jóvenes que piden vivir, que piden seguridad, que piden poder cantar y que sus voces no sean calladas por los violentos.
Cerrando esta marcha, que para algunos significa el parteaguas en la conciencia colectiva de este México ensangrentado, llega bailando un contingente de jóvenes a la voz cantante del “Que dejen de matar, que dejen de matar, el baile del pueblo no se podrá parar”…