jueves, 27 de septiembre de 2012

Santuarios de la tradición etílica


Las últimas cantinas tradicionales de Cuernavaca

¿Qué escritor, poeta maldito, artista, viajero, pintor, turista o simple parroquiano no naufragó alguna vez en alguno de estos lugares? Las cantinas tradicionales de Cuernavaca están perdiendo la batalla contra los bebederos simplistas de “chelas y micheladas” que atrapan a una juventud ávida de embrutecerse cada fin de semana. Entre grados GL , humo de cigarros e historias, las cantinas sobreviven a la modernidad.


Miguel Sánchez Vidal

Enclavadas en el corazón del centro histórico de Cuernavaca, tres cantinas subsisten al embate del tiempo y la modernidad, venciendo los tabúes y críticas de una sociedad que las vio nacer, mantenerse y seguir siendo parte de la historia del antiguo Cuahunáhuac.
La Estrella, La Suriana y el Danubio, son las últimas cantinas tradicionales que mantienen sus puertas abiertas; cercanas al siglo de existencia continúan siendo visitadas por clientes asiduos y de viejas generaciones que las sienten como parte de sus vidas y costumbres.
Testigos de historias y repletas de anécdotas, las cantinas son parte importante de la identidad de una ciudad que mira hacia el futuro, dejando en el olvido su pasado fiero, oculto, como parte de un inframundo que a pesar de todo, sigue latiendo orgulloso de su destino.
En contraste con las antiguas formas de convivencia que se deban en estos espacios, los cuales son como santuarios del Dios Baco, donde lo mismo se busca olvido que refugio, los nuevos “bebederos” son lugares donde lo importante es que el trago salga barato y esté accesible para una juventud que sólo los busca por eso. Atrás quedaron los personajes románticos, asiduos o esporádicos que daban color a las historias que todavía se cuentan entre los parroquianos más antiguos.
Tan sólo en 2010, unas 36 licencias de funcionamiento para establecimientos de ventas de bebidas alcohólicas para consumir en el lugar fueron otorgadas por el Ayuntamiento de Cuernavaca, según datos del Primer Informe de Gobierno Municipal.  


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 La Victoria de una tradición que ahora se llama El Danubio


Por ahí pasaban “Las mulitas” que venían por Leandro Valle de la Estación del Tren, transportando a los viajeros que llegaban a la Cuernavaca de aquel entonces, algunos de los cuales se bajaban, sedientos, en esa esquina para meterse a la cantina La Victoria, nos platica el cronista Miguel Palma, “se dice que la calle Victoria se llama así por la cantina o a la cantina le pusieron así por la calle” y el dueño actual, Pedro Lara Rodrígiuez, refiere que “como la gente decía, la calle que está por La Victoria y entonces la calle quedó con ese nombre”.
Una vieja foto sobre la pared de esta cantina antigua de Cuernavaca, nos remonta a sus orígenes, cuando unas vías férreas nos confirman que por ahí bajaban “Las Mulitas” al centro de Cuernavaca y luego regresaban a la Estación del Tren.
Hoy en dia, la antigua La Victoria, que un tiempo fue La Sorpresa, se llama desde hace más de 30 años, El Danubio y es, de las tres cantinas más antiguas de Cuernavaca, la que conserva una arquitectura y decorado interior más rico, lo que le da un aire de tradición.
Con su barra antigua y decorados forjados en hierro, El Danubio recibe a sus comensales al mediodía, en la esquina que conforman Leandro Valle y Matamotos, enfrente de la calle Victoria ya citada.
Cuentan los que la conocieron que ahí, en la esquina, había una fuente y en ella estuvo muchos años una tortuga caguama viva, “la cantina no era tan grande como ahora, pero no sé quién se apropió de la esquina y la agrandó”, nos dice Pedro Lara.
Una ocasión, platica Lara, mi padre, “Antonio Lara Paredes, me platicó que Pedro Infante andaba filmando una película en Tepoztlán, estaba hospedado en El Canario, y llegó al Danubio, a echarse unos tragos, fue todo un acontecimiento, el hotel era en ese entonces de lujo pero el actor quería estar en una cantina y por eso se vino para acá”.
“Estoy en el rincón de una cantina”… se escucha en la rockola, mientras un anciano con muletas entra por las puertas abatibles, a la vieja usanza… “Amores que son puñaladas, las rejas no matan pero si tu maldito querer”, canta Javier Solís, mientras es apurado el último trago para dejar en el lugar los viejos recuerdos de una Cuernavaca que se resiste a dejar de existir y donde el mundo de las cantinas sigue como la vida misma, “aunque ya no es lo de antes, las ventas han bajado mucho”, comenta finalmente Pedro Lara, el dueño de El Danubio.



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La Estrella, 91 años de tradición


Ubicada en la calle Matamoros, en pleno centro histórico de Cuernavaca, La Estrella, es una de las cantinas más tradicionales de la ciudad de la Eterna Primavera y la única, como afirma su dueño, con licencia vigente para operar como cantina.
En este lugar se huele la tradición, desde su fachada sin anuncios que la identifiquen, tan sólo una estrella al frente anuncia a los conocedores y clientes habituales que han llegado al lugar de los caldos y tacos acorazados, como nos plática el cronista Miguel Palma, “ahí presenté mi libro sobre los tacos acorazados y desde entonces los comensales los disfrutan”.
Narra también Roberto Ruiz, hijo del dueño, don Roberto Ruiz Parra, que sus clientes ya son los habituales, “aquí vienen contadores, periodistas, licenciados, abogados, hasta políticos y diputados, que un día descubrieron nuestros Vampiros que te reviven y te curan la cruda”.
Sitio de historias diversas que uno va escuchando mientras saborea una cerveza, con los pies sobre el tubo y el antiguo “escupidero” en el piso rodeando la barra, la visita de políticos como Alfonso Sandoval Camuñas, cuando era presidente municipal de Cuernavaca, resalta su espíritu democrático, y hasta una esporádica visita de la directora del Instituto de Cultura de Morelos, Martha Ketchum, “vino con varias personas, se tomó dos tequilas, nos dijo que harían proyectos culturales y turísticos, y nunca más volvió, ni siquiera por su sombrero que se le olvidó y aún lo tenemos guardado desde hace 3 años”.
Pero lo mejor lo narra un antiguo parroquiano, médico de profesión y cliente desde hace 31 años, pero que prefiere guardar el anonimato, “aquí llegaba casi todos los días a tomar Malcolm Lowry, no a la Suriana como dicen, aquí era su lugar y está cantina la describió en su libro (Bajo El Volcán)”.
Otro personaje enigmático fue el supuesto agente de la CIA, Fidel Compton, de él, cuenta el médico que “fuimos vecinos cuando vivía yo en Matamoros, y de aquí salía muy tomado, muchas veces nos echamos las copas y ahí me platicó que era de la CIA, pero se hacía pasar por jubilado de los EU, fue muy respetado, todo un personaje”.


Sobre los restos de las Lomas de Galena, sobrevive La Suriana


En la esquina con Motolinia, Galeana, una de las calles con más historia y tradición de la antigua Cuernavaca, se encuentra La Suriana, una de las cantinas más populares y conocidas de una ciudad que poco a poco pierde sus lugares de tradición.
Al abrir las puertas de doble hoja casi desvencijadas por el tiempo, la música y el aire de esta cantina, impacta al visitante, aquí no se puede encontrar gran riqueza arquitectónica, porque lo que se puede observar es un lugar que se quedó en el tiempo, con aires austeros, porque, como en sus buenos tiempos, era para el “populacho”, como decían las gentes de “bien”, platica Beto, cliente y bebedor consuetudinario del lugar.
La barra al fondo, permite sentarse en los bancos, a la usanza de antes, y recibir por la cerveza que uno pide, un caldo de panza o camarón, hasta tacos de rellena; pero lo mejor es su aire “freak”, con personajes que bajo los influjos del alcohol, bailan con las meseras que fichan en sus mesas con los parroquianos.
No hay miramientos para almas sensibles en La Suriana, pero sí el trato amable del Chino, el cantinero con 40 años de servicio, y de una mesera que lleva casi 20  años sirviendo en estas mesas, ¿su nombre? Gloria, nos dice, aunque sabemos que no es el verdadero.
Con su rostro ajado por los años, es parte ya de la arquitectura rala y simple del lugar. Un viejo extinguidor dorado se mezcla con los tres arcos que le dan ese aire de “fortaleza” antigua, como un “bunker” etílico donde las penas se quedan afuera, mientras la música norteña es tocada por la banda de tres músicos que acordeón y guitarras en mano, van de mesa en mesa para complacer a los clientes que a su vez, les dedican canciones de amor a las “aves de paso” que conviven y beben con ellos.
En la barra, un cliente habitual reposa la cabeza impactado por la música que lo hace llorar recordando a la ingrata que lo abandonó; levanta el rostro y urgido, pide, exige una más para seguir olvidando, “cantinero, la otra cabrón, apúrale”.

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El Farolito de Malcolm Lowry

En su libro Bajo El Volcán, Malcolm Lowry se refiere a una mítica cantina llamada El Farolito: “Parián parece tener algo siniestro. Así es que a media noche, me fui en el Plymouth a Tomalín para ver a Cervantes, mi amigo tlaxcalteca, el gallero del ‘Salón Ofelia’. Y de ahí vine a Parián, al Farolito donde estoy sentado ahora, en un cuartito vecino a la cantina, a las cuatro y media de la madrugada, bebiendo ‘ochas’ y luego mezcal y escribiéndote todo esto en una hoja de papel que robé en el Bella Vista la otra noche.”
Algunos historiadores opinan que El Farolito estaba en Oaxaca, pero las anécdotas populares dicen otras cosas, como que el escritor era cliente asiduo a las cantinas La Suriana o La Estrella, en Cuernavaca.
Pero al parecer, esta cantina estuvo ubicada en lo que ahora es la cuchilla en la esquina de la bajada de la avenida Cuahuthémoc y la subida de Atlacomulco, rumbo a Acapantzingo, a unos metros del hotel donde se hospedaba Lowry, que ahora se llama Bajo El Volcán, en la avenida Humboldt.
William Gass señala en su análisis de la obra del escritor, que  “Lowry no está describiendo un lugar, lo está construyendo”, pero en este caso, El Farolito cumplía con la descripción literaria, ya que Lowry refiere que atrás de la cantina había una barranca muy honda, y en este caso, está la barranca de Amanalco, que es profunda.
Hoy, en esa “cuchilla”, existe un pequeño parque, con una estatua de La Tetelcinga, y sólo el anecdotario popular permite ubicar ahí, lo que algún día inspiró a Lowry para plasmar el infierno terrenal que narra en su obra Bajo El Volcán.
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Cantinas antiguas ya desaparecidas en el Centro Histórico de Cuernavaca.

París Chiquito
La Poblana
Mi Oficina
Caleta y Caletilla
Los Marcianos
El Tenampa
El Jinete
Los Chinelos (Clavijero)
Los Faroles

En la calle Galeana, anteriormente conocida como El Camino antiguo a Acapulco, existían muchas cantinas y pulquerías, incluso en lo que ahora es la Plazuela del Zacate, se ubicaba la pulquería “Al pasito pero llego”, aunque después cambió su nombre por “El templo del amor”, como narra Vicente López González Aranda en sus crónicas para el Diario de Morelos.

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